Page 138 - METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN CUALITATIVA-José Ignacio Ruiz Olabuénaga
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La presencia y la conducta del observador pueden transformar hasta la
             adulteración tanto el hecho mismo que se pretende estudiar como la infor-
             mación que los actores intenvinientes le suministran. La observación,
             además, no se reduce a un simple acto, sino que constituye y comprende
             el desarrollo de todo un proceso social con sus fases y ritmos. La observa-
             ción es ella misma un ejercicio de interacción social cuyas implicaciones
             deben ser tenidas en cuenta, no un acto solitario o unidireccional.
                La primera de ellas, la del papel que el observador desempeña en el
             grupo observado. Cuando ocurre un accidente de tráfico, por ejemplo, las
             personas que lo observan desempeñan forzosamente, un papel: curioso,
             auxiliador, médico, víctima. Del mismo modo cuando un investigador
             entra en un grupo social, sea éste una aldea, una organización, un barrio,
             un hospital,... quiéralo o no, todas las demás personas de ese conjunto se
             forman una imagen de él. El punto crucial es que su sola presencia y
             conducta, sea que se presente claramente como observador o no, crea
             una imagen de sí mismo, y los demás utilizan esta imagen como base
             para su relación y comunicación con él. Sin tal imagen, la relación en-
             tre las demás personas y el observador no existe por definición. El punto
             esencial al entrar o investigar una situación social, por consiguiente, es la
             adopción de alguna posición en la estructura de relaciones. Esta posición
             es adoptada (o atribuida) por todos, el observador y los demás asistentes.
                Lo que el observador ve (aparte de cómo lo interprete después perso-
             nalmente) depende de la posición social en la que se encuentra, y lo que
             los demás le cuentan a él o lo que él pregunta a los demás sólo tiene sen-
             tido y es plausible en base a esa posición ocupada. El observador que en-
             tra a una aldea, un grupo, una organización puede autodefinirse a sí mis-
             mo y autodelimitar cómo piensa actuar en esa situación. Unos le creerán,
             otros no, unos le aceptarán con benevolencia, otros con indiferencia, rece-
             lo y aún hostilidad. La posición que el observador adopta debe ser, como
             mínimo, plausible y legítima, para que pueda ser creída y aceptada por los
             sujetos cuyo comportamiento va a ser objeto de observación. Lo impor-
             tante es ser consciente de que, una vez situado el observador en un con-
             texto significativo y su posición es aceptada, su comportamiento hacia el
             grupo y el de los miembros de éste hacia él, está condicionado por esta
             posición. Obviamente, la adopción de un papel social plausible no equiva-
             le a que el observador entre por completo en el mundo experiencial de sus
             sujetos. Esta identificación total de comportamiento, actitudes e intereses
             consiguientes con los demás del grupo, el convertirse en «nativo» de que
             hablan los antropólogos, implica la renuncia a la objetividad en las obser-
             vaciones.
                En su lugar, el observador adopta una identidad un tanto vaga y per-
             manece al margen —es decir, aparte de, no encima de— de los grupos e

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